Hace más de un mes desde que regresé a Cuba; pero la pandemia del coronavirus dilata el tiempo de tal forma, que mis días estudiando Periodismo en Phoenix, Arizona, se me hacen ahora tan lejanos como si pertenecieran a otra vida.
La pandemia del coronavirus dilata el tiempo de tal forma, que mis días estudiando Periodismo en Phoenix, Arizona, se me hacen ahora tan lejanos como si pertenecieran a otra vida.
También de otra vida parece el país que dejé atrás. En algún momento apenas dos meses antes, Estados Unidos reportaba menos de 500 muertes y aproximadamente 4000 contagios del virus Sars Cov 2. Ahora me cuesta creer las estadísticas que reviso cada día, y compruebo cómo se disparan los números por miles a razón de horas, cifras apabullantes que esconden rostros e historias individuales en medio de esta gran tragedia colectiva.
Aislamiento obligatorio
Mi regreso a Cuba no fue, de cierta forma, directo. El día que llegué entraba en vigor un protocolo de aislamiento en centros de vigilancia sanitaria por dos semanas. Todo viajero que entró al país desde el martes 24 de marzo, en lugar de ir a su casa con la recomendación de aislarse como hasta entonces, fue ingresado en una institución habilitada para el monitoreo de su estado de salud.
El objetivo era prevenir que personas portadoras del virus, reportando síntomas o sin tener ninguna manifestación de la enfermedad, tuvieran contacto con familia y amigos en Cuba.
A partir de la confirmación en la Isla de los tres primeros casos de coronavirus el 11 de marzo, se puso en marcha un protocolo que incluía medidas dirigidas fundamentalmente a prevenir el contagio por este tipo de contacto con extranjeros o cubanos provenientes de otros países.
Hubo dos medidas en cuya aplicación Cuba no estuvo entre los primeros países de la región: cierre de fronteras y cierre de escuelas y otras instituciones públicas. En las redes sociales, usuarios cubanos publicaron fuertes críticas en cuanto a la ausencia de estas dos medidas, hasta que se anunció su aplicación casi a finales de marzo.
Un nuevo influencer
Todas las mañanas hay un reporte en televisión del director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, el Dr. Francisco Durán.
La actualización diaria consiste en anunciar el número total de casos alcanzado, la cantidad de pacientes hospitalizados en el momento y el número de casos en estado grave y crítico, cuántos han sido dados de alta y si se reportan muertes.
El Dr. Durán suele explicar el cuadro clínico de cada individuo fallecido. Al final, está abierto a preguntas de la prensa, que suele pedirle detalles sobre las zonas que están bajo un régimen especial de cuarentena y la evolución de los protocolos.
El médico canoso y serio ha ganado en poco tiempo simpatía y credibilidad entre el público, que lo respeta y sigue atento sus partes diarios. Patrick Oppmann, corresponsal de CNN en La Habana, pronostica que Durán no tendrá que pagarse un café nunca más en su vida.
El crecimiento en el récord de contagios en Cuba es discreto y se mantiene relativamente estable, comparado con otros países.
#Quédateencase, pero…
En la calle, donde personal médico hace pesquisas de casa en casa para identificar personas con síntomas respiratorios, la gente se resiste al pánico. Algunos por irresponsabilidad y otros por necesidad, siguen saliendo a las calles. Es difícil distinguir unos de otros porque saliendo y haciendo filas es la única manera en que puede conseguirse alimento y productos de aseo. Como el abastecimiento de las tiendas ha sido durante mucho tiempo tan irregular, las compras difícilmente pueden planificarse.
Las autoridades han tomado medidas de racionamiento para que cada familia pueda adquirir lo indispensable. Servicios de compra online fueron habilitados, pero a los pocos días colapsaron por falta de infraestructura para satisfacer la demanda.
Los cubanos hemos vivido en condiciones de precariedad durante décadas. Hemos debido acostumbrarnos a no encontrar todo lo que necesitamos, ni siquiera la mayor parte de las cosas. Sobrevivimos a huracanes, inundaciones, décadas de errores en la administración doméstica, y guerra económica.
Mi país tiene un problema de escasez crónica. Hay deficiencia en la producción y distribución de bienes y servicios. Además, en este momento se combinan varios factores: falta de suministros, el hecho de que la crisis sea internacional y el apoyo que pueda recibirse desde el exterior será limitado; y por último que las sanciones de Estados Unidos están siendo aplicadas con más fuerza que nunca. El cerco comercial y financiero que esta administración estadounidense ha afianzado, dispone mecanismos de persecución y castigo que complican mucho cualquier maniobra cubana por procurarse recursos para la vida diaria, y esto es especialmente notable en una situación de crisis como la presente.
Carlos Lazo, un maestro cubano-americano que vive en Seattle, dirigió una carta al presidente Donald Trump, pidiendo que se flexibilicen las sanciones al menos hasta que pase la pandemia. Hay una campaña en redes sociales con esta petición que ha superado las doce mil firmas. No ha tenido respuesta.
Semiconectados
Mientras en otros países la vida se ha trasladado al ciberespacio, con formación académica y trabajo remotos, conciertos, visitas virtuales a museos y galerías, Netflix, conferencias y encuentros por Zoom, Cuba ha regresado a las teleclases usando un canal de Televisión para mantener a sus estudiantes al día, mientras las opciones de trabajo remoto son limitadas por la conexión a internet escasa y costosa.
Sin poder pagar Netflix, los cubanos recurren al “paquete”, contenidos fundamentalmente audiovisuales que alguien almacena y distribuye en un disco duro, poniendo a disposición de sus clientes 1 terabyte de programas, series y películas por 2 o 3 dólares. Funciona como una distribuidora no oficial de contenidos de internet, desconectado de la web y con servicio de entrega física a domicilio: un engendro entre el mundo analógico y físico, y el digital e intangible que nos alivia la necesidad de información y entretenimiento.
Mientras en otros países la vida se ha trasladado al ciberespacio, con formación académica y trabajo remotos, conciertos, visitas virtuales a museos y galerías, Netflix, conferencias y encuentros por Zoom, Cuba ha regresado a las teleclases usando un canal de Televisión para mantener a sus estudiantes al día, mientras las opciones de trabajo remoto son limitadas por la conexión a internet escasa y costosa.
Podemos usar también los datos móviles en nuestros teléfonos celulares, habilitados hace poco más de un año; pero el consumo de apenas 1GB cuesta el equivalente a $10, o el 25% del salario mensual típico en Cuba. Comprando el plan más económico, se obtiene otro gigabyte sin costo, pero aun así la demanda es tan alta, que los datos —y el efectivo— se agotan como agua corriente.
Lo sé porque trato de invertir tiempo en mantenerme al tanto de un grupo de Facebook que he creado, con la idea de que mis amigos y los amigos de mis amigos compartieran sus visiones de cuarentena —lo que ven a su alrededor— y entre todos tener un mapa visual de la experiencia. Hasta ahora tenemos dos mil miembros, cubanos y amigos en Cuba y dispersados en el mundo.
Para los que podemos permanecer en casa al no tener una razón de fuerza mayor que nos obligue a seguir saliendo a la calle a diario, como millones de personas en el planeta comenzando por el personal médico y sanitario, el paisaje cotidiano ha cambiado, aunque no necesariamente se ha reducido.
Algunos han descubierto que viven con arañas, escarabajos, ardillas y otras criaturas a las que nunca antes habían prestado especial atención. Las mascotas y las plantas estos días son la compañía fundamental para quienes normalmente estaban rodeados de personas, y ahora permanecen en la intimidad de su hogar, sin recibir visitas humanas de ningún tipo.
Estamos viviendo días surrealistas en que parece que somos parte de un extraño experimento, un ensayo sociológico, político, económico… Nuestra reacción ha sido mitigar la soledad y mantener la conexión entre nosotros, para mantener el norte en la brújula, ahora que ni el cuerpo sabe cuándo es lunes o sábado, ni mañana o tarde, cuando esperamos partes diarios de los caídos en una guerra invisible que nos ha cambiado la vida de una forma que aún ninguno de nosotros alcanza a sospechar.
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