En una entrevista de vídeo que realicé a la banda Manopla, su vocalista Alejandro se expresaba de la siguiente manera al hablar de la existencia de una cultura punk en un país como Cuba: “Es difícil ser punk aquí en Cuba. Entonces cuando tú ves un punk aquí en Cuba o algo, los extranjeros se asombran, ¿no? Y dicen ‘coño, un punk cubano’. Porque aquí todo el mundo tiene pensado que aquí lo que hay es maracas, y salsa, y todo eso, y no … ¿me entiendes? Existen otras cosas, … no [solo] existe salsa y timba, y todo eso, hay crestas paradas también”. Su testimonio es representativo de la opinión de la gran mayoría de punks cubanos —que a lo largo de numerosas entrevistas personales han insistido siempre en que ser punk en Cuba es más difícil que serlo en otro lugar— y, por lo que he podido observar durante mis estancias de investigación en el país, es también reflejo fiel de la actitud generalizada de los extranjeros que viajan a Cuba. ¿Por qué nadie se espera que haya punk en Cuba y por qué ocupa un lugar tan invisibilizado en el país?
“… todo el mundo tiene pensado que aquí lo que hay es maracas, y salsa, y todo eso, y no … Existen otras cosas … no [solo] existe salsa y timba, y todo eso, hay crestas paradas también”.
Alejandro, vocalista da la banda Manopla
A lo largo de los últimos cinco años, me he dedicado a tratar de responder a esta y otras preguntas, realizando numerosos viajes a la isla que me han permitido crear una extensa red de contactos y recopilar grabaciones musicales y testimonios de los participantes de esta escena. Además de ocupar un lugar central en mi tesis doctoral, los materiales que he compilado forman parte de un pequeño documental, que actualmente se encuentra en proceso de edición, y también han dado forma a la web punkcubano.net, el primer archivo digital dedicado a esta subcultura musical en la isla. Por medio de esta página, intento rendir homenaje a una subcultura de la que apenas tenemos datos, ayudando al mismo tiempo a difundir su historia y producción musical más allá de las fronteras nacionales.
Rockeros y punks en la Cuba socialista
Aunque las primeras bandas de punk surgieron entre Inglaterra y EE. UU. a finales de los ’70, esta subcultura no emerge en Cuba hasta principios de los ’90, coincidiendo con el estallido de la gran crisis del “Período Especial”, y en el seno de un régimen socialista que rechazaba las formas de arte procedentes del mundo angloparlante. Tras el triunfo de la Revolución en 1959, toda cultura de influencia estadounidense comenzó a asociarse con el imperialismo y a rechazarse en favor de una cultura nacional considerada más auténtica. Como resultado, era difícil conseguir y escuchar música rock, y Cuba comenzó a separarse de todas las revoluciones musicales que lideraría EE. UU. en la segunda mitad del siglo XX, adentrándose en su lugar en un camino político y cultural independiente.
El punk estalla dentro de esta comunidad underground a principios de los 90, justo en el momento en el que la caída del bloque soviético precipita el inicio del Período Especial.
Los cubanos, pese a todo, siguieron escuchando rock y sus subgéneros –eso sí, de manera clandestina. Según el testimonio de Javier ‘el Copia’, “los rockeros cubanos empezaron con la llegada de los radios VEF rusos a Cuba y los Selena”, que permitieron “oír emisoras extranjeras de una manera fácil”. La situación estaba lejos de ser óptima, ya que no todos los hogares tenían “la dicha de tener antenas” y, aquellos que sí, “empezaron a oír música un poco desfasada en el tiempo, empezaron a descubrir bandas que habían existido antes”. Mucha música, en particular aquella de sonidos más extremos o de menor alcance comercial, ni siquiera se radiaba. Las primeras grabaciones de punk que llegaron a la isla lo hicieron ya en la década de los 80, a través del contrabando de casetes que se traían de países vecinos.
A lo largo de esta década, además, el pueblo cubano, y en especial las generaciones jóvenes que habían nacido ya en período revolucionario, comenzarán a albergar un creciente descontento hacia el gobierno y sus políticas. De parte de este sector de cubanos jóvenes surge una subcultura nueva: los “frikis”. El término, que en la Cuba actual se utiliza como concepto paraguas para describir a todas aquellas personas aficionadas al rock y sus subgéneros, en los 80 tenía un significado más específico: describir a una comunidad de jóvenes que lucían pelo largo y pantalones rotos y que escuchaban abiertamente heavy metal y otros subgéneros extremos del rock de origen anglo-americano.
Vistos como una amenaza a las normas sociales y culturales del país, los frikis fueron desde su origen una subcultura marginalizada y reprimida por el Estado. Ramón, baterista fundador de Eskoria, una de las bandas de punk más famosas en Cuba, recuerda algunas de las vejaciones que sufrían: “nos perseguían, mil veces me pelaban, en el parque me pegaban, nos metían presos por gusto, por estar sentados ahí hablando de música, que no hacíamos nada malo, ni robar, ni nada”. Afeitar la cabeza a los frikis de pelo largo, al igual que las palizas, las multas y los arrestos, eran prácticas que solían realizarse bajo el amparo de la “ley de peligrosidad social”, que permitía el castigo “preventivo” de aquellos ciudadanos que se consideraban proclives a cometer un crimen.
El punk estalla dentro de esta comunidad underground a principios de los 90, justo en el momento en el que la caída del bloque soviético precipita el inicio del Período Especial. El punk se convierte en una herramienta de expresión y “lucha artística”, en palabras de Mundi, uno de los pioneros del movimiento en Cuba y al que pude entrevistar antes de su fallecimiento a principios de 2020. “El punk”, añade, “es revolucionario, no comunista, pero sí es revolucionario… es para lo que no puedes hacer con las armas a veces, lo haces con lo que tú tienes, con tus instrumentos, con tu voz, con tus letras…” Lo que dice Mundi es cierto: la música de estos primeros años se caracteriza por la crítica feroz al sistema e, influida por el contexto de crisis y escasez de la época, está cargada de desesperanza y pesimismo. De hecho, la expresión musical no fue la única respuesta a la situación social que vivían los punks del momento. Muchos abusaban de las drogas (alucinógenas), y un cierto sector eligió inyectarse el VIH para poder ingresar en uno de los “sanatorios del sida”, hospitales estatales donde se ponía en cuarentena a pacientes seropositivos.
En los sanatorios, los internos estaban forzosamente aislados del mundo exterior, pero podían obtener otras ventajas, como evitar el servicio militar obligatorio o disfrutar de un alojamiento con aire acondicionado y de tres comidas al día (un lujo que muchos punks no podían permitirse en esta época). Belkis, una de las “frikis” más viejas de la localidad de Santa Clara, ha visto cómo muchos de sus amigos murieron por culpa del sida y asegura que “si fuese ahora con toda la información que hay no lo hubieran hecho. Ellos más bien fueron huyéndole al servicio y al gobierno, a la policía, a los medios”.
“Este es el verdadero momento para hacer música punk por todas las cosas que están pasando. … Deberíamos aprovechar este momento para defender lo que queremos, para comunicarles a las personas lo que realmente queremos que sea nuestra isla un día”.
Pedro, miembro de las extintas bandas Eskoria y Adictox
Las cosas han cambiado desde aquellos primeros años. En la actualidad el punk no sufre tanta represión (aunque la censura y ciertas formas de acoso policial todavía están a la orden del día), y actualmente cuenta con una joven vanguardia de músicos que han insuflado nueva vida al movimiento. Estos nuevos punks están más conectados con el resto del mundo, gracias a la apertura al turismo internacional y a la popularización del acceso a internet, y muestran una actitud menos desesperanzada y pesimista que sus predecesores –quizá porque ellos no han tenido que vivir los peores años del Período Especial– aunque continúan siendo muy críticos con el régimen cubano. Israel, cantante de la banda Pólvora Soxial, denuncia “que estamos pasando hambre, que no tenemos nada, que hay mucha necesidad, niños sin leche, personas que viven en casas de cartón”, y lamenta la hipocresía del gobierno y del negocio del turismo: “hay muchas personalidades del mundo entero que vienen aquí a Cuba y cuando vienen, les pintan las calles y les arman un espectáculo bonito, como si fueran carnavales. Esas personas no perciben de verdad la realidad cubana”.
Como Israel, muchos cubanos consideran que el país está entrando en un “segundo Período Especial”, ya que en el último año han comenzado a escasear los productos de primera necesidad y a producirse cortes en el transporte público, la luz y el agua. Para algunos, como Pedro, miembro de las extintas bandas Eskoria y Adictox, “este es el verdadero momento para hacer música punk por todas las cosas que están pasando. … Deberíamos aprovechar este momento para defender lo que queremos, para comunicarles a las personas lo que realmente queremos que sea nuestra isla un día”. Aunque cuesta imaginarse el alcance que pueda llegar a tener el punk en la vida social y política del país, ya que nunca ha dejado de ser un fenómeno alternativo y marginal, lo cierto es que, si bien en los países del norte global la cultura punk está envejeciendo y dando paso a otros fenómenos musicales, en Cuba este movimiento sigue vivo y activo. Gracias a iniciativas como punkcubano.net, además, la producción musical de los punks de la isla es hoy en día más accesible que nunca.
Mi interés en el punk cubano surgió de manera casual: me dieron la oportunidad de pedir una beca para hacer trabajo de campo en Latinoamérica y siempre había querido conocer Cuba. Como participante en las escenas punks de otros lugares, que muchas veces muestran apreciación por el socialismo y el régimen de la isla, me interesaba ver dónde se situaban los punks cubanos. Al llegar, me encontré con una comunidad “anti todo”: al igual que los punks del norte global, están en contra del neoliberalismo y el imperialismo, pero, como cubanos pobres y marginalizados, también rechazan el modelo socialista cubano. En su día a día, además de trabajar para tratar de ganarse la vida —los punks hacen colchones, recogen basura, venden dulces…— se dedican a la música y cultura punk de manera completamente solidaria y autogestionada: reparando instrumentos con materiales de andar por casa, compartiendo los pocos recursos disponibles entre las distintas bandas del área y difundiendo gratis sus grabaciones musicales. En mis viajes a Cuba, siempre me han tratado como una punki más, abriéndome las puertas a su mundo y haciendo posible mi investigación. A cambio, yo estoy haciendo lo posible por dar a conocer su historia y su música al resto del mundo.
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